El estudio, dirigido por el investigador John Spertus de la Universidad de Missouri en kansas, analizó a 2.500 pacientes que habían sufrido un episodio de IAM. En el momento de la hospitalización, 884 (36%) declararon que habían consumido comida rápida frecuentemente (al menos una vez por semana) durante el mes previo a su infarto.
Tras seis meses, cuando Spertus y sus colegas volvieron a consultar a los afectados por el infarto, 503 pacientes aun consumían comida rápida una vez a la semana. "El consumo de comida rápida en pacientes con IAM disminuyó a los seis meses posteriores a la hospitalización, pero ciertas poblaciones eran más propensas a consumir comida rápida, al menos una vez por semana, durante el seguimiento", apuntan los autores.
En general, los hombres y jóvenes son los sectores poblacionales que más consumen este tipo de alimentos a pesar de haber sufrido un infarto, mientras que los pacientes mayores y aquellos que habían sido sometidos a cirugía de 'bypass' suelen evitarla.
En el estudio, nueve de cada diez pacientes recibieron asesoramiento alimentario antes del alta hospitalaria, aunque eso no pareció afectar las posibilidades de que los consumidores habituales de comida rápida mejoraran sus dietas, lo que para Spertus muestra la necesidad de implementar medidas de concienciación social.
"El problema es que los pacientes absorben tanta información en el momento del ataque al corazón que no creo que puedan captar y retener toda la información que están recibiendo", afirma Spertus, quien apuesta por la necesidad de implementar otro tipo intervenciones que vayan más allá del asesoramiento alimentario tradicional.
A la luz de estos datos, los restaurantes de comida rápida de Estados Unidos estarán obligados a presentar información sobre calorías, grasas, sodio y otros datos nutricionales en sus menús, tal como lo requiere la ley de atención médica aprobada el año pasado. Ciudades como Nueva York y Filadelfia ya obligan a detallar las calorías en sus menús.
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